Cuando las amapolas se hacen mayo
o se enciende una luz que sabe a huerto,
y somos dos, tú y yo, savia de injerto,
cicatriz de pinar, beso en el rayo,
o simplemente el zueco de un lacayo,
siento la plenitud de estar sumido
a ras de tierra y en el chopo erguido,
jornalero y señor, mula y carreta.
Solo cabe llegar, salvo, a la meta
devolviendo el azar de haber nacido.
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